Prólogo de Luis Alberto de Cuenca
Nos encontramos, pues, delante de un libro que desarrolla hasta sus últimas consecuencias uno de los temas más queridos por la poesía lírica desde su fundación, allá en los tiempos posthoméricos de Safo de Lesbos, o sea, el amor. A mí me parece que el deseo sexual es algo natural en los animales y, por tanto, en el hombre, que es un animal de tomo y lomo, por más que el adjetivo ‘racional’ enmascare o relativice su auténtica naturaleza. Y también me parece que el amor no es algo tan natural en la especie humana como pudiera pensarse a primera vista, sino un constructo cultural que se sacaron de la manga Safo y compañía y que, a partir de entonces, no ha dejado de reinar en Occidente como soberano absoluto de nuestras entretelas (adquiridas) más íntimas. Sea algo innato o cultural, lo cierto es que Pura Salceda se mueve en el océano del amor como si estuviese en la piscina de su propia casa, añadiendo, además, a esa comodidad conceptual una exquisita sensibilidad, una extraordinaria capacidad de penetrar y de profundizar en las relaciones humanas y un sentido del fuego, de la lumbre amorosa, que contagia e incendia los asombrados ojos del lector, que se pasean por la hoguera marina de sus versos.
Y digo fuego y agua mezclados, porque Pura, al modo en que los bizantinos se hicieron invencibles en el mar inventándose el llamado fuego griego, logra fundir en sus versos esos dos elementos tan aparentemente dispares, y lo hace sirviéndose de palabras acuáticas e ígneas a la vez, hechas de cuerpo y luz y plenitud, pero también de la amargura del fracaso y de la hiel del desengaño. Bien venidas, pues, sean estas lucubraciones líricas tan hondas y tan verdaderas que sobre la sagrada mentira del amor nos ofrece Pura Salceda, a mayor gloria de la poesía.
LUIS ALBERTO DE CUENCA
Madrid, 1 de abril de 2008.